Las primeras representaciones que hizo el ser humano de su entorno y de sí mismo se pierden en las brumas del tiempo. Primero las huellas de sus manos, más tarde las pinturas rupestres de los animales que cazaba y, finalmente, las de sus semejantes, aparecen en las paredes de las cuevas, inclusive en zonas en que se requería la luz de las antorchas para “pintar”.
Casi simultáneamente, con materiales dúctiles como el barro y la madera, nuestros antepasados comenzaron a crear pequeñas esculturas que, con las experiencias y habilidades adquiridas y trasmitidas, el dominio del fuego y la posibilidad de tratar y crear nuevos soportes, fueron creciendo en tamaño y diversidad, y asemejándose al cuerpo humano. Sobreviviente a la destrucción colonial europea, el legado de las Américas precolombinas aún muestra piezas en las cuales, en medio de la diversidad étnica, advertimos motivos comunes como la fertilidad, la agricultura o la luna. En las Antillas, y particularmente, en La Española y Cuba, con un menor desarrollo que el continente, se han encontrado pequeñas deidades desnudas talladas en hueso, arcilla y madera.
En sucesivos períodos y movimientos de la historia del arte, pintores, escultores y en menor medida, grabadores, lograron obras que hoy admiramos en todo su esplendor. En cada país se atesoran magníficas representaciones del cuerpo humano desnudo, particularmente del femenino, con la impronta de sus respectivas culturas, y también de prejuicios y tabúes; baste el ejemplo de las ilustraciones sobre la conquista, en las cuales los aborígenes se ven desnudos, como símbolo de la barbarie y el pecado.
A mediados del siglo xix, la fotografía contribuyó a un realismo en las artes plásticas europeas, que acusaban el agotamiento del romanticismo y el academicismo, y la pintura se aprestó a retomar el desnudo, con un nuevo enfoque.
El invento de Daguerre y su llegada a Cuba
El 7 de enero de 1839 es presentado ante la Academia de Ciencias de Francia el procedimiento de Louis Jaques Mandé Daguerre (1789-1851) para fijar imágenes. Menos de tres meses después, en la primera plana del Diario de la Habana del 28 de marzo, bajo el título «Fijación de las imágenes en la cámara oscura», se traduce un artículo publicado en la Gazette de France, por H. Gaucheraud, que describía el proceso. El 5 de abril de 1840 el periódico Noticioso y Lucero de la Habana informa la introducción del primer aparato, basado en los diseños de Niepce y Daguerre:
…El excelentísimo Señor Pedro Téllez Girón, hijo de nuestro digno Capitán General[…] hizo venir de París un Daguerrotipo. El ilustre joven tuvo inmediatamente el placer de ver coronado su primer ensayo de aplicación por un éxito felicísimo copiando por medio del Daguerrotipo la vista de una parte de la Plaza de Armas, que representa el edificio de la Intendencia, parte del cuartel de la Fuerza, algunos árboles del centro de la misma plaza y en último término el cerro que al Este de la bahía contribuye a formar el puerto de La Habana todo con una perfección en los detalles que es verdaderamente admirable…
Al mes, el autor del primer daguerrotipo ya había dejado aquel «juguete» un tanto complicado, pero otros calcularon muy bien su potencial comercial: entre mayo y noviembre de 1840 en el Diario de la Habana se anuncia que la tienda El Buen Gusto de París ofrece «…daguerrotipos de varios tamaños y precios» y «…una máquina de daguerrotipo y planchas sueltas par id…»; se brinda asimismo una sucinta explicación de la novedad: «…especie de cámara oscura inventada por Mr. Daguerre que por medio de la reflexión de la luz se pintan los objetos por sí mismos…».
En diciembre de 1840 regresa a La Habana, provisto de una novísima cámara de espejo de Alexander Wolcott y el proceso químico de John William Draper, el norteamericano George Washington Halsey, quien había permanecido tres años en la ciudad como profesor de caligrafía y dibujo. Junto con su equipamiento, Halsey trajo las experiencias de trabajo en varias ciudades norteamericanas y la comprobación, in situ, del éxito instantáneo de las miniaturas con daguerrotipo en New York. Conociendo el terreno que pisaba, no le pasaron inadvertidas las enormes posibilidades del retrato en la rica sociedad habanera.
El avispado norteamericano recibió permiso para anunciar las bondades de su máquina en función del paisaje y el retrato, y el 3 de enero de 1841, en la azotea del Real Colegio de Conocimientos Útiles, en Obispo 26, hoy sede del hotel Ambos Mundos, abrió las puertas su estudio. Cuba se convertía en el segundo país del mundo (después de EE.UU.) en contar con este tipo de establecimiento comercial.
Al aventurero Halsey lo sucedieron varios daguerrotipistas, como R. W. Hoit, Antonio Rezzonico, James Hardbottle y Osbert Burr Loomis, provenientes de EE.UU., y ya desde el 1.º de noviembre de 1844 comienza a anunciarse en el Faro Industrial de La Habana el primer cubano: Esteban Arteaga, quien estudió en la Galería de M. Queslin en París y se estableció en Lamparilla 71, en La Habana Vieja, donde ofrecía, junto a sus servicios como retratista, la venta de cámaras y productos químicos, y una novedad: la enseñanza de «ese arte incomparable en cuatro días». Los primeros retratos comercializados fueron daguerrotipos, en hermosos estuches de los más variados diseños para protegerlos.
El desnudo en la fotografía
Los franceses Bellocq, Berthier y Baquelais son reconocidos como los primeros fotógrafos de desnudos, todos provenientes de la pintura o la litografía.Varios autores establecen que la primera modelo desnuda fue fotografiada entre 1844 y 1849, una práctica trabajosa a causa de los largos tiempos de exposición requeridos para realizar un daguerrotipo.
Los avances en equipos y procesos químicos permitieron acortar notablemente los tiempos de realización y, muy importante, reproducir muchas veces la toma original. En la primera mitad de la década de los 50 del siglo xix se sustituyó el daguerrotipo por las placas húmedas de coloidón; ello permitía obtener un negativo con el cual ya se podían hacer reproducciones en papel. Por la misma época se introducen en Cuba, con variado éxito, diversos procedimientos como el ambrotipo, el ferrotipo, la fotografía al carbón y la albúmina.
En esa propia década, las imágenes ya impresas en papel se mostraban en álbumes y en las muy famosas entonces cartes-de-visite, patentadas en París por André-Adolphe-Eugène Disdéri. Años después mejoraron los procesos y crecieron los formatos. El éxito de la reproducción barata de las fotografías fue inmediato, y la “industria del pecado” lo aprovechó: entre 1850 y 1875 la cantidad de fotografías eróticas o francamente pornográficas confiscadas por la policía de Londres subió de 60 a 130 000.
Las postalitas de Susini
La carte-de-visite fue introducida en Cuba por Samuel Alexander Cohner en 1856, y muy pronto se popularizó. Desde entonces se generalizó la impresión sobre papel, capaz de agilizar y abaratar enormemente el proceso fotográfico. En el Anuario y directorio de La Habana de 1859 se relacionan los 15 estudios registrados para esa fecha, la mayoría en las calles O’Reilly y Obispo.
Luis Susini, un productor de cigarrillos de La Habana, siempre atento a las novedades y a los avances tecnológicos, ideó imprimir para la envoltura de sus cajetillas pequeñas imágenes fotográficas de los más variados sujetos, y el periódico El Siglo, informado de ello, saludó la iniciativa en su edición del 31 de diciembre de 1865:
¡Cosa buena! La inagotable inventiva del Sr. Susini en una constante amenaza a todos los otros dueños de cigarrerías que no se mueven como él lo hace, siempre con provecho de la industria y de sus numerosos parroquianos. Ahora «ha inventado» poner fotografías de hombres célebres en las cajetillas de cigarros y aun retratos también fotográficos de personas no célebres. Juan tiene un amigo a quien desea regalar una onza de cigarros, y para dar más valía al regalo, va donde Susini y presentándole una fotografía de aquel a quien ha de obsequiarse dice: -Quiero una onza de cajetillas de cigarros que tenga el retrato de este hombre, y al poco tiempo de hacer esto, puede ir con un carretón a la fábrica en busca de los cigarros encajetillados y con fotografías. Pues a ese paso, la Fábrica La Honradez, será con el tiempo un conjunto de cosas en que todas las industrias imaginables vendrán a servir de estímulo a los fumadores.
El retrato del capitán general Francisco Lersundi Hormaechea encabezó la primera de estas series fotográficas para las etiquetas de los envases, donde aparecieron personalidades de Cuba y otros países. En algunas colecciones cubanas y en la Biblioteca Nacional de España se conservan varias decenas de habilitaciones de la serie de Susuni titulada Galería Fotográfica de la Real Fábrica La Honradez, además de algunos pocos ejemplares de otras empresas como la Colección Fotográfica de la Marca Escalpet.
El uso de los retratos en los envases de cigarrillos databa de 1863, pero entonces eran litografiados en colores, para La Charanga de Villergas, fábrica de González y Llaguno, por L. Lemus, quien trabajó rostros y bustos de personalidades cubanas y españolas para la serie Galería Literaria, enmarcados en un ambiente escenográfico acorde con su labor artística, literaria o científica. Ahora las personas comunes y corrientes que quisieran verse en las cajetillas, solo tenían que pasar por La Honradez y retratarse con su fotógrafo, el habanero José Mestre, o llevar una foto y comprar las cajetillas con los cigarrillos de su gusto. La Honradez hizo los retratos fotográficos en sepia sobre papel de poco grosor que después pegaban sobre la plantilla de la habilitación, impresa en monocromo o en colores.
Poco después, con el ejemplo de lo que se veía en Europa y Estados Unidos en estuches de jabones, chocolates y otros productos, Susini tuvo la idea de introducir “postalitas” o “laminitas”, como las llamaron los cubanos, en las cajitas de cigarrillos La Honradez. Las primeras que se hicieron con fotografías mostraban vistas de los principales edificios y lugares de La Habana y otras ciudades del país.
A finales de los años 1890 y principios de los 1900, con la llegada a La Habana de postales eróticas de Francia, las que eran muy populares en el Viejo Continente, algunas fábricas como Gener, El Cuño, Aguilitas, Nacionales, Eva y Trinidad & Hno., decidieron introducir este tipo de imágenes en las cajetillas de cigarros, inicialmente copiaban las imágenes francesas y luego usaron las realizadas por fotógrafos cubanos, en estilo europeo. Así se imprimieron cientos de postales que mostraban mujeres semidesnudas en poses provocativas. A mediados de la década del 1920 hubo un auge de colecciones de tales imágenes.
Importantes fotógrafos cubanos de la alta sociedad como Joaquín Blez y Segovia aportaron su arte a estas creaciones. Su participación elevó notablemente la calidad de las imágenes, que llegaron a imprimirse en un formato mayor, para álbumes de colecciones especiales.
Es interesante, y un reflejo de los prejuicios de la época, que en las imágenes no aparecen modelos afro descendientes, en un país en el que una buena parte de la población era negra o mestiza, producto de la esclavitud.
Los hombres llevaban en sus bolsillos las cajetillas de cigarrillos y en estas, un pequeño tesoro escondido que podían disfrutar a discreción en cualquier momento y compartirlo con sus amigos. Quizás alguna esposa celosa lo descubrió y quiso que su esposo llevara su imagen desnuda, solo para él. Lo cierto es que coincidentemente Blez, que había comenzado a realizar desnudos con prostitutas francesas y después con mujeres cubanas, comenzó a fotografiar a señoras burguesas que posaban en sesiones privadas en el "Estudio Blez, el Fotógrafo de la Alta Sociedad".
Hoy estas estampas provocan una sonrisa por la ingenuidad, las poses algo forzadas y los decorados en los estudios, con que los artistas del lente trataban de captar el interés de fumadores y coleccionistas.
Fuentes:
1. Lapique Becali Zoila y Julio A. Larramendi, La Habana. Imagen de una ciudad colonial. Ediciones Polymita, 2013
2. Acosta de Arriba Rafael, The Allure of a glaze. Body Photography in Cuba (1840-2013), Ediciones Polymita, 2014
3. Lapique Becali Zoila y Julio A. Larramendi, Habanos y cigarrillos. La magia de sus etiquetas. Los orígenes. Inédito