Día mundial del café

ARTÍCULO

DÍA MUNDIAL DEL CAFÉ

POR: JULIO A. LARRAMENDI

 A propósito del Día Mundial del café. 

Un buchito de café. 

Suntuoso oro han servido a mis labios en esa amable taza de café. Me enardece y alegra el jugo rico; fuego suave, sin llama y sin ardor, aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas. 

El café tiene un misterioso comercio con el alma; dispone los miembros a la batalla y a la carrera... 

José  Martí 

 El Sol ya entra por las amplias ventanas e Isabel María, la hermosa africana que lo acompañara junto con otros 24 esclavos en la huida desde Saint-Domingue, se acerca a la cama de hierro donde durmió con Monsieur Víctor Constantin, su amo, señor y amante. Le trae una humeante y aromática taza de café, recién molido y colado.  

El colono, aún con el amargo sabor en sus papilas, se asoma para disfrutar la exuberante naturaleza que lo rodea, desde la costa al mar Caribe, los pinares interminables y la enorme piedra en equilibrio en la cima de una loma muy cercana. Luego su mirada se posa en el secadero, a los pies de la sólida vivienda, totalmente cubierto de los rojos granos, donde una decena de esclavos, bajo la mirada atenta del capataz, remueven la cosecha.  

Es 1833, y con sus 55 años ha pasado todo tipo de experiencias, desde el rápido enriquecimiento, la estampida precipitada tras la sangrienta rebelión de los esclavos, hasta su arribo a Santiago de Cuba. Allí, en las laderas de la Sierra Maestra, a poca distancia de la ciudad, construyó su imperio definitivo, La Isabelica, nombrado así en honor a su negra y fiel amante.  

Este ha sido un año excelente, con una producción récord en la mayor de las Antillas de casi 650 000 quintales, que se exportarán a Estados Unidos y a numerosos países de Europa.  

Otros compatriotas, cerca de 30 000, de las más disímiles profesiones, habían llegado a Cuba a partir de 1789, desde Francia, tras la toma de la Bastilla y el alegre uso de la guillotina; desde la cercana isla caribeña, por la revolución haitiana, y desde Luisiana y Florida, a principios de la segunda década del siglo xix, por los acuerdos entre españoles y franceses. La mayoría, siempre huyendo de las revoluciones, se había establecido en la antigua provincia de Oriente, y en el occidente, entre Matanzas y Pinar del Río. Ninguno sospechó que años después, otra revolución, contra España, arrasaría sus propiedades.  

Aquellos colonos trajeron nuevas técnicas de procesamiento del café, y dieron un enorme impulso a la agroindustria (incluida la azucarera) que llevó a Cuba, en pocos años, a los primeros lugares en producción y exportación del grano arábigo. Paralelamente, introdujeron un ideario liberal, la francmasonería, una refinada cultura y costumbres a las que se aferraban lejos de su patria.  

La historia oficial del café en Cuba comienza en 1748, cuando el Contador Mayor de Cuentas don José Gelabert siembra las primeras semillas (traídas de Haití) en el poblado de Ubajay, hoy Wajay, muy cerca de La Habana. Es curioso que su principal objetivo fuera la obtención de aguardiente a partir de las cerezas.  

Estimulados por el precio, estos intentos, con variables resultados, se esparcirían por toda la Isla, en cientos de plantaciones. Con la llegada de los franceses florecieron los cafetales en las regiones montañosas, y desde entonces los alrededores de Santiago de Cuba, Guantánamo, el Escambray y la sierra de los Órganos son las mejores zonas de cultivo.  

El café llegó para quedarse y rápidamente sustituyó al chocolate como bebida nacional. Los numerosos establecimientos para su venta se convirtieron en centros de la vida social y de conspiración en la lucha de los cubanos por la independencia.  

Son las seis de la mañana. En cualquier lugar de Cuba, alguien se levanta y prepara la primera colada del día. En muchos lugares del campo cubano todavía el café se cuela como en la época de Monsieur Constantin. Es la oferta obligada a la visita en cualquier hogar: un buchito de «suntuoso oro», fuerte, amargo, con leche, licores, especias… 

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