Las cataratas del Niágara

ARTÍCULO

LAS CATARATAS DEL NIÁGARA

POR: JULIO A. LARRAMENDI, SILVANA GARRIGA

 Por Julio Larramendi y Silvana Garriga 
 
Antes de verlas, se escuchan. Un potente sonido de trueno sostenido precede a la visión sorprendente de las cascadas, de ahí su nombre, Niágara, que para los iroqueses originarios de la zona significa ‘trueno de agua’. Sus orígenes se remontan a la glaciación continental de hace más de 10 000 años, y comprenden tres caídas de agua: las “cataratas canadienses”, en Ontario; las “cataratas estadounidenses”, en el estado de Nueva York, y las “cataratas Velo de Novia”, las más pequeñas, en la region de los Grandes Lagos; todas forman parte de la cuenca del río San Lorenzo y de la frontera entre Canadá y Estados Unidos. 
 
No hay acuerdo sobre el descubridor europeo de las cataratas del Niágara. Se cita al francés Samuel de Champlain, fundador de la ciudad de Quebec, quien visitó la zona en 1604, pero la descripción es de miembros de su equipo, porque él no las llegó a ver. Otros aseguran que fue el naturalista sueco Pehr Kalm el primero en describirlas, a principios del siglo xviii. Muchos coinciden en que la primicia la dio el sacerdote católico belga Lois Hennepin en 1677, depués de recorrer la región con el explorador francés René Robert Cavalier de La Salle. 
 
Desde el siglo xix, y sobre todo en el xx, el paisaje de las cataratas se convirtió en una gran atraccion turística, con un flujo anual de entre 10 y 15 millones de visitantes. Ello se debe, además de a su enorme atractivo natural, a la divulgación de su imagen en películas como Niágara, protagonizada por Marilyn Monroe en 1953, y más cercanas en fecha, Superman II y Piratas del Caribe. A su celebridad han contribuido, asimismo, los intentos —algunos pocos logrados— de cruzarlas de las más diversas formas: a nado, en equilibrio sobre una cuerda, y hasta hombres (y una mujer) como balas humanas. 
 
Aunque entre cubanos es muy común decir que se está «pasando el Niágara en bicicleta» cuando se enfrenta una situación muy difícil, tal vez por una marca de ciclos homónima, el nombre por lo general nos remite a José María Heredia y a su célebre poema «Niágara» —también conocido como «Oda al Niágara»—, cuyo texto fue inscrito en una placa de bronce al borde mismo de las cataratas, en el lado canadiense. 
 
José María Heredia (Santiago de Cuba, 1803-Ciudad de México, 1839), considerado con razón el primer poeta romántico en lengua española, por razones familiares y luego de estudios vivió muy poco tiempo en Santiago de Cuba, donde aún se conserva su casa natal, y permaneció breves lapsos en Pensacola, Santo Domingo, La Habana, Caracas, Matanzas y Nueva York, con estancias más prolongadas en México. Acusado de conspiración contra el dominio español en la Isla, escapó hacia Estados Unidos en 1823 y luego fijó residencia en México, donde tuvo una intensa vida literaria, docente, política, periodística y como jurista. Quebrantada su salud, en 1836 pidió permiso al capitán general Miguel Tacón para regresar a su patria y ver a la madre; pero ante la repulsa de sus amigos por haberse retractado de sus ideales revolucionarios de antaño, regresó a México, abatido y enfermo, en 1837. 
 
El poema «Niágara», escrito casi a raíz de su huida de Cuba, no solo describe magistralmente el impresionante paisaje de las cataratas, las serenas aguas convertidas de pronto en quebrados torrentes, los efectos de la luz, el sonido atronador, sino el efecto que produce el paisaje en el sujeto lírico, y la añoranza, por contraste, de la patria recién abandonada. Todo ello con tanta belleza de imágenes y fuerza comunicativa, que no son pocos los cubanos que, en el presente, admirando en otras tierras un panorama de pinos, abetos y abedules, acuden a las palabras del poeta porque les faltan: «…las palmas deliciosas // Que en las llanuras de mi ardiente patria // nacen del sol a la sonrisa, y crecen». A casi dos siglos de escrito el poema, parecen haberse cumplido las aspiraciones de su autor: «¡Duren mis versos // Cual tu gloria inmortal!». 

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