La muestra “Ofrendas” se inserta por derecho propio en ese devenir de la imagen asociada a lo racial y a lo religioso afrocubano. En primer lugar, los dos artistas que protagonizan la muestra, Roberto Chile y Julio Larramendi, son dos experimentados y laureados exponentes de la mejor fotografía artística de las últimas décadas. Sus hojas de ruta respectivas están entre lo más sobresaliente del panorama fotográfico actual.
Llenar el tercer piso de la Casa de África un sábado 6 de enero, en medio de la situación adversa que presenta el transporte en la capital, es algo casi surrealista, sin embargo, la inauguración de la muestra “Ofrendas”, de los fotógrafos Roberto Chile y Julio Larramendi, logró la hazaña.
En un momento previo a que se dijeran las palabras inaugurales, la tromba de los zanqueros y su grupo de tamboreros y timbaleros acompañantes pasaron por delante de la entrada del museo y aquello fue como una magnífica evocación, al menos fragmentaria y efímera, de las celebraciones públicas de El Día de Reyes durante el siglo XIX.
Antes de entrar al examen de la muestra quisiera hacer algunas precisiones sobre fotografía y cuestión racial, me parece necesario. La fotografía en Cuba, es útil decirlo, desde su temprano arribo en 1840, no tuvo mucho que ver con lo racial hasta la década de los 90 del pasado siglo. La excepción fueron las fotografías de carácter etnográfico que realizó el investigador francés Dumont…. De ellas, un puñado ha llegado hasta nuestros días, en las cuales los negros esclavos posan como evidencia de sus etnias originales africanas.
En los inicios, la fotografía enfocó a los negros escasamente y en posiciones de tercera o cuarta categoría, tal como eran considerados socialmente los esclavos. Durante la República comenzaron a sobresalir negros y mestizos que descollaron en el arte, los espectáculos y los deportes, y así ocuparon un espacio en la fotografía de su tiempo, pero compartiendo imágenes con la sempiterna pobreza y marginalidad. Se hacía evidente que el negro en la sociedad cubana colonial y poscolonial no representó jamás un ideal de reconocimiento digno de ser admirado, puesto que nunca pudo consolidar posiciones de poder o riqueza (con la excepción del presidente Fulgencio Batista y algunos, pocos, militares y empresarios). Visualmente siguieron predominando los negros y mestizos como cantantes, las estrellas de cabaret, espiritistas, limpiabotas, vendedores de periódicos, prostitutas, peleadores de gallos, proxenetas y pordioseros. Las vanguardias artísticas no incluían todavía a la fotografía dentro de las artes visuales, mas algunos pintores comenzaron a abordar gradualmente el tema racial en sus piezas.
En cuanto a la primera etapa de la Revolución, es decir, los primeros años del triunfo y la década de los sesenta, denominada por la crítica como “fotografía de la épica”, se produjo una verdadera eclosión fotográfica, pero la iconografía resultante solo tuvo a los hombres de piel oscura integrando multitudes, colectivos laborales o militares, los consabidos deportes y espectáculos y, escasamente, la figura de algún héroe guerrillero. Tampoco en este momento, visualmente quiero decir, el negro fue, salvo raras excepciones, el centro de la imagen.
No obstante, dos fotorreporteros realizaron ensayos visuales aperturistas de excepcional valor antropológico, me refiero a Alberto Díaz (Korda) y Roberto Salas en los mismos inicios de los sesenta. Korda fue el que abrió el camino con su reportaje fotográfico Bembé, publicado en el número de abril de 1960 de la revista INRA, después devenida Cuba. En ese reportaje, con imágenes de alto valor sociológico de un bembé tradicional registrado en vivo, la iconografía de Korda fue acompañada de un excelente texto del musicólogo Odilio Urfé. Esas fotos no fueron mostradas nuevamente hasta la publicación del catálogo homónimo a cargo del State Korda y Casa de las Américas, en 2011, medio siglo más tarde, a propósito de la exposición que se hizo en la Galería Latinoamericana de Casa.
A su vez, Salas realizó el ensayo fotográfico El último cabildo de Yemayá, sobre la que sería la última salida pública de ese cabildo, donde los fieles en su peregrinaje sostienen en andas a la Virgen de Regla, patrona de la bahía de La Habana, en 1961, y que solo se pudo visionar en 2008, cuarenta y siete años después. Es este un espléndido ensayo visual en el que creyentes, mayoritariamente negros y mestizos, nutren la tradicional peregrinación un poco antes de que los cierres de la política del Estado, ya puestos en marcha contra las instituciones religiosas enfrentadas al proceso, hicieran imposible este tipo de manifestación pública. Otro ensayo fotográfico de este artista, Tumba, bembé y batá, también de 1961, insistió en ese examen sociológico de los negros y mestizos asociados a su ferviente religiosidad y su amor por la música en los tempranos sesenta. Este trabajo sí tuvo una exposición inmediata en ese mismo año en Galería Habana.
Habrá que esperar una década para que en los setenta aparezcan las imágenes de María Eugenia Haya (Marucha), que fotografió con frecuencia asociaciones musicales y espacios de consumo cultural mayormente integrados por negros y mestizos. De igual forma, Raúl Corrales hizo excelentes ensayos fotográficos en los que se aprecia la amplia incorporación de las personas negras y mestizas a las actividades y el quehacer de la Revolución. Como se puede colegir de este sucinto repaso, no hubo mucho espacio para negros y mestizos aun en los primeros momentos revolucionarios. Pero todo fue cambiando a partir del trabajo de los fotorreporteros y algunos fotógrafos y, a finales de los ochenta y la década siguiente, se produjo el cambio y la mutación.
En este período de ruptura materializado en la década siguiente, un grupo de artistas relevantes, sobresalió en el abordaje visual de lo racial desde la metáfora y la recreación de la piel negra, creando una iconografía erigida sobre las complejas religiones afrocubanas, la creación de mitos, las referencias autobiográficas, lo autorreferencial corporal, el valor polisémico del cuerpo desnudo, la introspección, el travestismo identitario, el cuestionamiento frontal a lo discriminatorio racial, la crítica a las cuestiones de género (basados a veces en las teorías queer) y la crítica a los serios problemas sociales que presenta la sociedad cubana de las últimas décadas.
Lo religioso fue uno de los temas fundamentales de esta mutación. Con ello se puso fin a la prolongada ausencia del negro en la representación artística-fotográfica insular, se llenó de posmodernidad la imagen resultante y se pasó factura a los prejuicios raciales aún subsistentes y a la ausencia de políticas públicas para erradicarlos. De alguna forma se contrarrestó visualmente el silenciamiento de lo negro en las artes visuales insulares, no solo de la fotografía. Con otras palabras, se revolucionó la retórica visual de las imágenes.
La muestra “Ofrendas” se inserta por derecho propio en ese devenir de la imagen asociada a lo racial y a lo religioso afrocubano. En primer lugar, los dos artistas que protagonizan la muestra, Roberto Chile y Julio Larramendi, son dos experimentados y laureados exponentes de la mejor fotografía artística de las últimas décadas. Sus hojas de ruta respectivas están entre lo más sobresaliente del panorama fotográfico actual.
Larramendi más centrado en fotografías de la flora y la fauna cubanas en un primer momento y después hacia cuestiones históricas y fotografías de viaje por medio mundo, en particular en Cuba. Su cámara ha recorrido el país de punta a cabo y en ese visionar extensivo e intensivo las cuestiones raciales y religiosas de lo afrocubano han tenido cabida. Sus fotos en colores exhibidas en la Casa de África descubren ese universo místico con mucha expresividad.
Roberto Chile ha enfocado su trabajo más reciente en los mismos tópicos de lo religioso afrocubano, dejándonos ya varias exposiciones importantes acerca del tema. A diferencia de Larramendi, Chile utiliza más el blanco y negro en sus imágenes y estas resultan más intimistas en su abordaje de los personajes o modelos. El credo ancestral, tamizado por los años de vivencias cubanas y la correspondiente transculturación, dieron por resultado las escenas retratadas por Chile que ya han merecido numerosas exposiciones dentro y fuera del país.
Hay una vocación poética en ambos artistas en el tratamiento de la imagen, justo en el instante en que el personaje afrodescendiente que sirve de objetivo encara a sus divinidades. Haber reunido a estos fotógrafos ha sido un acierto pues entre los dos aportan miradas paralelas y confluyentes sobre el tema. De igual manera, la museografía de la muestra en los amplios salones de la institución museística contribuye a la degustación de los públicos.
Fue, es, una exposición para animar el comienzo del año y en la que se dieron cita, como ya se mencionó, una nutrida asistencia de público, directivos de la Oficina del Historiador de la Ciudad, fotógrafos y amantes de la fotografía. La muestra, inmediatamente, recibió una buena atención de los medios. Creo que será una de las exposiciones más relevantes de 2024.
La Habana, a enero de 2024