Homenaje del pueblo a Eusebio Leal

ARTÍCULO

HOMENAJE DEL PUEBLO A EUSEBIO LEAL

POR: JULIO A. LARRAMENDI

 
Se detiene en una esquina delante de una montaña de escombros y basura, donde reinan las moscas y las ratas. Varios vecinos se acercan enseguida. Algunos le hablan sobre la poca disciplina en el barrio, otros se quejan de la falta de agua, de la ciudadela con peligro de derrumbe; solo problemas. 
 
Critican, denuncian, pero todos le hablan con respeto. Y con cariño. 
 
Su autoridad no proviene de su figura. Es de baja estatura, magro de carnes; el cabello negrísimo, cortado convencionalmente. Lleva camisa y pantalón grises, anodinos, pero ya convertidos en un símbolo. 
 
Es su voz y lo que dice. Dulce, pero fuerte; melodiosa y cálida, esperanzadora y convincente. Es también la luz de su mirada. 
 
De día organiza, dispone, atiende mil y un detalles, acarrea carretillas con viejos adoquines o rescata de las ruinas una exquisita escultura, y de noche descifra los laberintos políticos y humanos del Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes. Mueve tras sí cientos de personas a quienes ha ido enseñando a “andar La Habana”, a entenderla y amarla. 
 
Conversa con todos; escucha, pregunta, responde. Critica con dureza y puede llegar a ser un látigo en espacios menos públicos. Ve levantarse en esa misma esquina hoy llena de escombros, una escuela, la sede de una compañía de danza, una residencia protegida para ancianos, un hogar materno... Muchos lo tildan de soñador, o de loco. Pero ha comprometido a otros tantos con sus sueños y sus locuras. 
 
Así debió de andar Martí, juntando voluntades, en Tampa, Cayo Hueso y Nueva York. 
 
Le precede la fama de su oratoria erudita y metafórica, pero ya ha demostrado que lo que propone, se puede hacer. 
 
El Museo de la Ciudad, antiguo Palacio de los Capitanes Generales, fue la primera batalla de una guerra que se vislumbraba larga y tortuosa. Allí, literalmente con sus manos, rodeado de viejos maestros constructores y jóvenes enamorados de la idea, trazó la ruta del rescate material y espiritual del Centro Histórico de la ciudad. 
 
Luego vinieron otras obras, y un plan general cuya realización le llevará toda la vida. 
 
Junto al desafío enorme de lo que siempre le falta por hacer, ha enfrentado no pocas incomprensiones; la envidia, la traición y las debilidades de algunos que no supieron estar a su altura. La fidelidad a sus principios, a sus creencias, a Cuba, es su estandarte. 
 
Confía en los jóvenes, de quienes se rodea. Los estimula, los reta, los responsabiliza con la realización de sueños comunes, con tareas colosales; los educa con el ejemplo, con la palabra que traduce lo que el corazón dicta. Los enseña a ir al pasado para transformar el presente y vislumbrar el futuro. 
 
Quiere amar, estudiar, escribir... hacer mucho más de lo que cabe en veinticuatro horas, y le roba al sueño y a la salud. 
 
Se le han otorgado los más altos honores académicos, en su país y en muchos otros; ha merecido cientos de distinciones y condecoraciones; ha recibido a reyes, presidentes, escritores, artistas y celebridades de medio mundo, pero posiblemente no haya mayor placer para él que caminar bien temprano en la mañana por las calles de La Habana Vieja, la más querida entre sus novias, y recibir la bendición de una anciana o estrechar la mano callosa de un constructor.   
 
Hace algo más de veinte años, un ya no tan joven científico devenido fotógrafo se le acercó para pedirle unas palabras para su primer catalogo. Las escribió deteniéndose en las texturas de las piedras, la belleza de las plantas y de los animales, el espíritu de la gente y sus casas, y de lo que vislumbraba que podría venir como fruto del esfuerzo y la dedicación. 
 
Aquellas palabras no solo llenaron de emoción al fotógrafo, sino que le sirvieron de acicate y guía; le impusieron compromiso y deber. 
 
Vinieron otras, dichas o escritas, en inauguraciones y libros. 
 
Como aquellas primeras, estas que le dedico renuevan mi compromiso. Y son el íntimo testimonio de mi respeto a su obra inagotable, a su ejemplo de constancia y entrega. 
 
Gracias, Leal. 
 
Julio Larramendi 

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