ÁFRICA: DE HEMINGWAY A KAPUŚCIŃSKI

ARTÍCULO

ÁFRICA: DE HEMINGWAY A KAPUŚCIŃSKI

POR: JULIO A. LARRAMENDI

(Texto escrito y fotografías tomadas en enero de 2012) 
 
Ahora mismo estoy en África. En el África negra de Costa de Marfil. En el África de nuestros antepasados, llevados al “Nuevo Mundo” a la fuerza, como esclavos, y hoy parte imprescindible de la nacionalidad cubana. 
 
En mi primera visita, en diciembre de 2011, todavía se respiraba en las calles una atmósfera de peligro, con los convoyes de la ONU, fuertemente armados, circulando por la ciudad después de una terrible guerra civil provocada por la no aceptación, por parte del anterior presidente, de los resultados de las elecciones. Todos me advertían que no saliera solo, y en más de una ocasión recibí una mirada hostil. Para muchos africanos soy un “blanco”, nada más, nada menos. 
 
Hoy, meses después, algo ha cambiado. Ya en el aeropuerto se observa organización: las decenas de buscavidas que casi te amenazaban ofreciendo sus servicios, no existen, y se sale rápidamente. Las calles, aún colmadas de vendedores ambulantes y con un tránsito infernal, están limpias. El centro de la ciudad, sus iglesias y mezquitas bullen de personas bien vestidas. Todos son “negros”. Es el mes de julio, y europeos y libaneses vacacionan en sus países. También estamos en Ramadán. 
 
En estas semanas he viajado mucho más que en mi primera visita, tanto por Abidján como por el interior de país. Visité a Gran Bassam, la primera capital colonial, donde los franceses levantaron una pequeña y bella ciudad, recientemente declarada Patrimonio de la Humanidad, que fue abandonada por una epidemia de fiebre amarilla, pocos años después de fundada. Allí entré a las antiguas casas, hoy la mayoría en ruinas, hermosas construcciones de finales del siglo xix y principios del xx que será relativamente fácil restaurar… cuando haya dinero. Sus indiscutibles valores históricos y arquitectónicos merecen un estudio detallado, todavía por hacer. 
 
En cada lugar visitado solo he recibido amabilidad y aceptación, otro cambio importante, comparado con diciembre, cuando en Assinie, por tomar fotos de unos pescadores que regresaban de su faena, el jefe de la aldea, machete en mano, me armó un gran escándalo bajo el argumento de que les traía mala suerte a los botes. Gracias a dos libaneses que lo enfrentaron en duros términos, allí quedó el incidente. Era la primera vez en mi vida que me sentía realmente amenazado. 
 
Supongo que la tranquilidad ha regresado después de los meses terribles de la guerra civil. 
 
¿Qué provoca esas crisis cíclicas, esos momentos en que del hombre sale lo peor y es capaz de matar a quien hasta ayer era su vecino? ¿Cómo explicar las matanzas en nombre de un supuesto ideal, una religión, o cualquier justificación?* En África podría hablarse del tribalismo, de la enorme pobreza, de las desigualdades, de la falta de instrucción, de colonialismo y explotación, y aún sería mucho más complejo. Lo cierto es que en pleno siglo xxi siguen estallando tales conflictos. 
 
Para tratar, primero de conocer, y luego de entender, a este enorme continente, sus pueblos y su historia, desde hace tiempo he estado leyendo lo que sobre África se ha escrito. 
 
Desde pequeño, Ernest Hemingway, con sus cuentos y novelas, sus safaris y su vida habanera; después, la participación cubana en las guerras de liberación en el Congo, Etiopía y Angola, con nuestros muertos a cuestas y mucho que recordar; Mandela y su ejemplo universal y, más recientemente, las crónicas del polaco Ryszard Kapuściński, quien pasó décadas viviendo y reportando lo que sucedía en el continente negro. 
 
Para Hemingway y sus grandes temas humanos, África solo fue exótico telón de fondo de sus historias. Los africanos pasaban como fantasmas sin nombres, sirviendo a sus personajes, sin participación significativa en la trama. Y aunque sus textos tienen un gran valor universal, eran narraciones sobre blancos y para blancos. Tampoco hay que pedirle peras al olmo: fue un hombre de su tiempo, que vivía en un su refugio tropical de Finca Vigía, tomaba mojitos y daiquirís en los bares de La Habana, pescaba agujas en la corriente del golfo, cazaba en Tanganica y escribía, de pie, sus experiencias y carencias. Nos legó varias páginas brillantes, su estilo, conciso y práctico, hermoso y directo, y El viejo y el mar. 
 
La del polaco es otra historia. Kapuściński llegó a África como corresponsal en 1958 y allí se quedó por 40 largos años. Sus crónicas, publicadas en el libro Ébano, muestran el verdadero rostro del continente, sus sueños y esperanzas, sus contradicciones y frustraciones, sus avances y retrocesos. Los personajes son reales, nacen del hombre común, de las ciudades empobrecidas y las aldeas perdidas en el tiempo, de hombres que intentan progresar y de tribus enardecidas; son las historias contadas en una choza de barro o bajo la sombra de un árbol centenario. Trasmiten la belleza de lo desconocido, la visión descarnada de alegrías y tristezas, de guerras y conflictos, sin adornos, con rigor, con oficio. 
 
En los textos más promocionados sobre África, el gran ausente es el escritor africano, aquel que desde sus vivencias y creencias puede ofrecer su visión, negra y comprometida con los suyos, desprejuiciada e integradora. 
 
Mientras, cada visitante se llevará su propia versión prejuiciada de lo que sucede. La influencia de la gran prensa es evidente y responde a cánones preestablecidos. 
 
África sigue siendo una tierra por descubrir y describir. Al menos para mí. 
 
*En febrero de este año, 2012, se registraron violentos enfrentamientos en la capital del país. 

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