En el rincón menos oscuro

ARTÍCULO

EN EL RINCÓN MENOS OSCURO

POR: JULIO A. LARRAMENDI

 A propósito del 20 aniversario del 11-S. 

Son casi las nueve de una mañana de un septiembre todavía caluroso en La Habana. Es martes y ya los días han tomado su cauce después de un fin de semana con todos mis hijos contándome de sus primeras clases y ocupaciones, de nuevos y antiguos amigos: Eric, con 10 años y preocupado con las muy cercanas vacunas; Claudia, de 11, con su ilusión por el ballet; Paola de 13, ya en la secundaria y disfrutando su próxima salida para la escuela al campo, y Davel, de 25 y ya todo un graduado universitario y a la espera de su primera hija y mi primera nieta. 

Desde ayer comenzamos el trabajo para un nuevo libro, 500 años de Arquitectura en la sociedad cubana, que promete dar una mirada a lo mejor que se ha construido durante cinco siglos en toda Cuba. Mientras preparo la primera colada de café del día, mi buen amigo Aldo Vega me llama para que encienda el televisor. Algo extraordinario ha sucedido en Nueva York. 

Las televisoras retransmiten una y otra vez el impacto de un avión contra la Torre Norte del World Trade Center uno de los edificios emblemáticos de aquella mítica ciudad. ¿Accidente? Pocos minutos después, televisado para millones de personas en todo el mundo, un segundo avión impacta la segunda torre y ya no hay dudas: es un ataque terrorista a la ciudad símbolo de los todopoderosos Estados Unidos de América. 

Se transmite en vivo el fuego en los dos edificios, el escalofriante salto de algunas personas atrapadas en los pisos superiores consumidos por las llamas, el esfuerzo y sacrificio de bomberos y socorristas y, finalmente, en el transcurso de dos horas, el derrumbe consecutivo de ambas torres, llenando de polvo y espanto a una ciudad que jamás esperó algo así. Se informa de un tercer avión que ha impactado el Pentágono y un cuarto, cuyo objetivo era el Capitolio de los Estados Unidos en Washington D.C, estrellado en Pensilvania mientras los pasajeros y tripulantes luchaban contra los secuestradores. El horror de las imágenes llegaría a todo el mundo. 

El trágico saldo de los atentados fue de 2,996 víctimas, incluidos los 19 terroristas que realizaron los secuestros, 24 desaparecidos y cerca de 25,000 heridos. En lo espiritual, el ataque al corazón de Los Estados Unidos demostró que nada ni nadie estaba seguro y que el terrorismo podía alcanzar a todos. En lo político, junto a la condena de las Naciones Unidas y de todos los gobiernos, el Presidente George W. Bush anunció la guerra contra el terrorismo, prometió extender “el fuego de la libertad” a cualquier “rincón oscuro del mundo”. Menos de un mes después comenzó la invasión a Afganistán, país que había dado albergue y apoyo a Al Qaeda. A 20 años de aquel fatídico día, con el retiro precipitado de sus tropas, Estados Unidos permitió a los talibanes controlar de nuevo todo el territorio, sin encontrar resistencia alguna. 

 En la Zona Cero, allí donde se derrumbaron las Torres Gemelas, se construyó una plaza con dos gigantescas fuentes que recuerdan a quienes perdieron sus vidas en el atentado y que forman parte del Monumento Nacional y Museo del 11-S de Nueva York, donde se atesoran más de 70,000 objetos que narran las historias de las víctimas, los equipos de salvamento y los supervivientes. 

Cada día miles de personas acuden al lugar y en silencio recorren el perímetro donde, esculpidos en granito negro están los nombres de los muertos de aquel día, juntos pequeñas ofrendas de sus seres queridos. 

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