Del horror y el dolor

ARTÍCULO

DEL HORROR Y EL DOLOR

POR: JULIO A. LARRAMENDI

 Media mañana del 6 de mayo. Un fortísimo estampido se escucha en buena parte de la ciudad. Estoy trabajando con mi amigo Luis Díaz, tomando fotos de su colección, y alguien nos avisa de una explosión en el hotel Saratoga, a solo unas cuadras. 
 
Cuando llego, una gruesa columna de humo brota por un costado del local y los escombros cubren gran parte de las calles aledañas. Numerosas personas se acercan, mientras ya se evacuan los niños de la cercana escuela. La Policía comienza a acordonar las vías al desastre y se escucha el ulular de las ambulancias que se acercan. 
 
Me cuentan que los primeros en auxiliar a los heridos fueron transeúntes y vecinos, gente de pueblo presta a ayudar. Poco después arribaban los bomberos, los rescatistas y la Cruz Roja. El comentario más generalizado era que la explosión se produjo mientras un camión cisterna de gas licuado daba servicio al hotel, y ciertamente, por un lateral lo confirma un transporte de ese tipo, con la cabina aplastada por los escombros. 
 
El Saratoga parece devastado en dos pisos completos y los otros parcialmente. Quedan a la vista los interiores de las que hasta hace poco eran habitaciones de lujo. Dos edificios contiguos muestran signos de destrucción de diversos grados. El teatro Martí y la iglesia bautista El Calvario también fueron alcanzados por la onda expansiva. La escuela primaria Concepción Arenal, frente al hotel, no se ve tan afectada. 
 
Los primeros partes oficiales contabilizan cuatro fallecidos y una veintena de heridos, atendidos en hospitales cercanos. Deben de ser muchos más, pues se trata de una zona muy concurrida, paso obligado para ir a La Habana Vieja, a Centro Habana y al Paseo del Prado. Las redes sociales convocan a donar sangre, y miles de habaneros abarrotan los laboratorios especializados; es su manera de acompañar a lesionados y familiares. 
 
Empieza el difícil trabajo de sacar escombros y tratar de encontrar a quienes quedaron atrapados, vivos o muertos. Sin interrupción, casi sin descanso, un numeroso equipo de hombres y mujeres va despejando metro a metro el acceso al centro del inmueble, primero, y luego al sótano y subsotano, donde laboraban varias personas con vistas a la próxima reapertura de la instalación, que ocurriría solo cuatro días después. Constantemente se realizan reportajes acerca del avance de los trabajos… y del aumento de los muertos y los heridos. Familiares, amigos, compañeros de trabajo de los desaparecidos se mantienen en los alrededores, alimentando una última esperanza de sobrevida. 
 
A seis días de la explosión se encuentra el último cadáver y las cifras finales fijan en 46 las víctimas fatales. Se decreta duelo oficial durante el 13 y el 14 de mayo, y se organiza una vigilia frente al hotel. 
 
Tristes y silenciosos, los familiares, autoridades y todo aquel que quiso rendir homenaje pasan por allí. Con los restos del Saratoga iluminados por la suave luz del atardecer como telón de fondo, se repiten las escenas de dolor de un pueblo sobrecogido por la pérdida de tantos hijos. 

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