Es temprano en la mañana de un día de primavera, como son casi todos en Guatemala. Hemos llegado por una excelente carretera a las estribaciones de Alta Verapaz, uno de los más importantes refugios de la naturaleza centroamericana. Visitamos un hermoso y bien cuidado orquideario, donde florecen decenas de diferentes plantas con flores de formas y colores increíbles. Hace pocos años publiqué con Juanito Camacho el libro Orquídeas de Cuba, y las explicaciones que nos dieron me resultaron entendibles. En la Isla tenemos un poco más de 300 especies… en Guatemala existen más de 1000; las nuestras son pequeñas y de suaves colores, allí las hay grandes como las del Pacífico y de exuberantes colores. La monja blanca, flor nacional de la República de Guatemala, destaca por su belleza y blancura.
Ya con varios centenares de fotos en la memoria de la cámara, partimos hacia el objetivo principal: la búsqueda del quetzal.
En Cuba contamos con una buena representación de aves autóctonas, algunas —como el zunzuncito, la cartacuba y el tocororo—, verdaderas joyas de nuestra avifauna. El tocororo, ave nacional, de la familia de los trogones, es pariente cercano del quetzal; más pequeño que el centroamericano, presenta los colores de nuestra bandera, no puede vivir en cautiverio y se observa en cualquier monte de la Isla.
El quetzal es más difícil de encontrar. Vive en los bosques nubosos, entre 1000 y 3000 msnm, en lugares frescos y lejos de la civilización, en un área que va desde el sur de México hasta el oeste de Panamá, e incluye la zona central de Guatemala, toda Honduras, el oriente de El Salvador, el norte de Nicaragua y el centro de Costa Rica. Con dos subespecies reconocidas, el nombre le viene del náhuatl quetzalli, ʻcola larga de plumas brillantesʼ, aunque hay quienes lo traducen como ʻhermosa plumaʼ. Es el ave nacional de Guatemala, aparece en la bandera y el escudo, y le da nombre a la moneda de ese país. En las sociedades precolombinas de Mesoamérica era considerada un ave divina, asociada a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y sus plumas se utilizaban en la indumentaria de reyes y sacerdotes.
Al comenzar el ascenso, por un trillo apenas visible, un joven, casi niño, se acerca a tomar mis equipos. Me da vergüenza, aunque sé que lo hace por necesidad y recibirá un pago por su esfuerzo. Por otro lado, no podré cargar la voluminosa mochila con cámaras, lentes y algo de comida, el enorme trípode y la caja con el telefoto de 600 mm, de unas 20 libras de peso. Le entrego esta última y le dedico una tímida sonrisa. Sin mirarme, se echa el bulto al hombro e inicia el ascenso.
Después de casi tres horas de caminata, bordeando precipicios y rodeados de paisajes boscosos, el muchacho nos avisa que en cualquier momento pueden aparecer las aves.
Vamos atravesando un bosquecillo de árboles altos y frondosos, algunos llenos de frutos oscuros y redondos, cuando Ernesto, que así se llama el joven cargador y guía, se detiene y nos indica una rama cercana. Allí, a la sombra y mirándonos con curiosidad, está el primer quetzal que veo en mi vida. Con casi un metro desde la punta de las largas plumas de la cola hasta la cabeza, muestra varios matices de verde iridiscente, un rojo intenso en el pecho y el vientre, cresta erizada y pico amarillo en el macho, negro en las hembras. Satisfecho, parte con un vuelo lento y grácil.
Ya en un claro en el bosque, un árbol muerto sirve de nido a una pareja que se ha adueñado de una superficie de aproximadamente 6 ha. Se turnan en el cuidado del nido, la incubación de los huevos y la alimentación de las crías, que incluye frutas, insectos, lagartijas y pequeñas ranas. Una curiosidad: la hembra descuida y a menudo abandona a los hijos juveniles, dejando al macho la tarea de cuidarlos hasta que estén listos para valerse por sí mismos.
Durante horas observamos y fotografiamos sus movimientos, la caza y recolección de alimentos. Estamos a unos 20 m y se acostumbraron a nuestra tranquila presencia.
A la amenaza de aves mayores como depredadores y mamíferos que se alimentan de los huevos y polluelos del quetzal, se suma el hombre, quien le da caza por sus plumas y degrada su medio natural. En México ha sido declarada en peligro de extinción. Ha sido una experiencia extraordinaria admirar una especie singular que debe ser preservada.